martes, 30 de marzo de 2010

lunes, 15 de marzo de 2010

El día que murió María Félix






Guillermo Guzmán
Sergio Fong



Pedro estaba muy triste, más triste que un payaso.

   El día le amaneció erizo, los ciento veinte centímetros de intestinos le ladraban de jaria, se había quedado jetón sin haber cenado, sin haber comido, de a tiro no traía nada en la panza.

   Sintió el gruñido de sus tripas, se estaba autotragando. Ese rugir del motor visceral fue lo que lo puso de pie.

   Divagaba por la calle, casi a oscuras, llevaba las manos en los bolsillos del pantalón, caminaba jorobado; amarrado al frío seco del amanecer, adherido a sus garras, le ardían los ojos y aún resoplaba por sus fosas nasales ese olor acre a llanta quemada, su buchaca exhalaba un leve hedor putrefacto a alcantarilla.

Pedro nunca se dio por enterado de su muerte, sólo transitaba entre la multitud de sombras; la luna amanecida lo seguía como un globo sobre su cadáver, la ciudad ploma abrió sus fauces. Detuvo sus pasos en el crucero, ahí estaban sus cuates dándole duro a los parabrisas, arrojando bocanadas de lumbre y acostándose sobre vidrios de botellas rotas, se arrimó para recoger alguna migaja de pan y los restos de algún chesco babadrink. El Flaco que estaba dormido sobre unos periódicos le tiro de patadas creyendo que era un perro, “Ora, pinche flacuras, ¿posqué estás soñando?” -le reclamó Pedro-. El Flaco contestó malhumorado: “Pensé que eras un perro y me querías tragar”. “Perro no come perro” —dijo Pedro mientras se enjugaba la agüita de los ojos.

   Al Flaco lo despertó el trajín de la urbe, y pronto la Negra le dio la mala nueva, le informó que Pedro había chupado faros, su cadáver quedó orillado al camellón, el cuerpo sin vida estaba hinchado boca arriba a punto de estallar, tenía un hilillo de sangre en la boca.

   Entre la Negra y el Flaco le quitaron los tenientes y lo echaron en un costal.

   Ahora sólo esperarán a que pase el carretón de la basura.

*Este cuento pertenece al libro Un chango llamado Hemingway, de la editorial La Propia Cartonera de Montevideo, Uruguay.




El odio





Guillermo Guzmán

Eduardo Lemus



El odio nos fundamenta y en el odio naufragamos.

En el odio hemos sido educados, miedo disfrazado de odio, odio disfrazado de amor.

El odio se nos inculca bajo otros nombres, lealtad, honor, orgullo, excelencia…

El odio lo aprendemos con los ojos, de ese modo también aprendemos a llamarlo con otros nombres.

El odio es la piedra fundacional de todo poder constituido, la génesis de toda estructura religiosa y la razón de las naciones.

El odio nos obliga, nos somete, nos compromete a seguir su ruta trazada por siglos de odio en contingentes de combate llamados a enfrentar el odio ajeno.

El odio lo respiramos, lo comemos, lo absorbemos, es odio lo que nos rodea y se nos inyecta por los sentidos, lo que nos arrojan a la cara en imágenes secuenciales, hileras infinitas policromas e impasibles que le normalizan e impregnan de cotidianidad perenne.

A veces es lo único que nos nutre y sin embargo no debe ser nombrado, es social y políticamente incorrecto, aunque en el nos sumergimos cada día al despertar.

¿Por qué el odio debe ser negado o simplemente silenciado cuando es a veces nuestra única verdad… lo más real? expresión honesta nacida en nuestro interior matizado por el hecho subjetivo que lo hace aflorar, es espejo turbulento de ese rostro que se esconde en el follaje del condicionamiento y las costumbres que moldean nuestro exterior.

El odio al igual que el amor, embota nuestros sentidos obnubila la razón, nos lleva a descubrir el aspecto más grotesco, más nefasto, más vil y repugnante de la otredad que a la vez es uno mismo. Es parcial como el amor, es cojo, manco o ciego, negador totalitario de la otra cara del objeto odiado.

Por odio nos sublevamos y asesinamos al igual que por amor, cuando se ama también se odia, son las caras de la moneda con que se paga la vida.

El odio es lo que a veces nos hace levantarnos y avanzar, nos hace resistir, ayuda a no flaquear a persistir en el camino que tiene como horizonte, el odio.

El odio cuando surge del subsuelo debe ser callado, reprimido, ese odio incubado por el odio dominante de cúpula dorada, opresor incongruente e intolerante poseedor de los cánones que rigen el funcionamiento minucioso de ese odio envolvente, el odio tiene propietarios exclusivos del derecho a ejercerlo.

El odio en manos del poder es justicia, en manos del desposeído es delito.

El odio circula por nuestras venas como lava trepidante buscando salir.

Odio genera la impotencia de no poder hacer nada ante la acción deliberada e impune de la muerte vistiendo la mano del poderoso enseñoreándose sobre la indefensión del débil, sumergido este en la vergüenza de no ser más que nada ante el puño inmisericorde.

Sin embargo nosotros, nos dicen, debemos perdonar, el odio es veneno para el alma, cuando el alma ya ha sido asesinada por el odio que de arriba cae.

La barbarie del gobernar



Guillermo Guzmán



Germán Hernández



            Otro mayo se acerca. Se cumplen 6 años de los lamentables acontecimientos que ocurrieron en nuestra ciudad, donde una manifestación fue disuelta por la policía, con el resultado de más de un centenar de detenidos, presuntos delincuentes, vándalos y alteradores del orden y la ley, y con la respuesta cerrada y poco inteligente de las autoridades estatales, tanto de la policía como del gobierno, mucho nos queda de reflexión a quienes presencialmente o no, conocimos de estos acontecimientos:
  1. ¿Considerarán todavía que para el restablecimiento del orden y la ley, la arbitrariedad de las detenciones aleatorias, intuitivas, y a partir de suposiciones, fue la mejor actuación que un cuerpo de policía pudo haber tenido?



            Obviamente, la respuesta es si. En una entrevista hecha recientemente por Hermenegildo Olguín a Luís Carlos Nájera, Secretario de Seguridad Pública de Guadalajara, para el semanario Proceso (No. 1490, Suplemento Jalisco, Págs. IV a VIII), Nájera refiere: “Fue un enfrentamiento, fue una labor de mantenimiento del orden. (…) Yo tengo fotografías, videos, tengo forma de demostrar que mi actuación al momento fue adecuada para preservar el orden público.(…) Las personas que detuvimos no sé si eran de los de cascos o no, pero los que detuvimos cometieron un delito.”

            ¿Cuántos de los detenidos, realmente aparecen haciendo destrozos o en el llamado enfrentamiento? ¿Tres?, ¿Cuatro? Originalmente, hubo más de un centenar de detenidos, de esos, más de 60 fueron liberados al día siguiente, el resto, fueron consignados y llevados a un proceso penal. ¿En donde están las pruebas que sustentan la detención de ese primer grupo? ¿Habrá fotos de todos y cada uno de ese centenar y fracción? ¿Por qué fueron dejados en libertad más del 60 % de los detenidos de? Porque no había nada que los acusara. Y si no había nada que los acusara, ¿porque fueron detenidos? Y del resto, los que sí fueron consignados, de cuantos habría pruebas que los involucrara directamente?

Fue notorio en este sentido, y por citar sólo un caso, el desplegado que la comunidad de artistas y literatos hace en protesta por la detención de dos jóvenes poetas, DENTRO de un bar, y MUCHO TIEMPO DESPUÉS del enfrentamiento en el centro de la ciudad. Fueron soltados varias horas después, sin cargos probatorios, pero con bastantes golpes y amenazas a sus personas. ¿Su delito? Usar en pelo en forma de rastas.

            Para este señor, (y para muchos otros de los directamente involucrados) el tener un cargo de autoridad, es signo inequívoco de irrefutabilidad de su palabra, lo cual se traduce en el primer paso hacia el autoritarismo, o en el mejor de los casos, hacia la impunidad, lo cual nos lleva a reflexionar lo siguiente:
  1. ¿Sobre que fundamento se hace la detención de alguien que no es atrapado en plena comisión de un delito?



El hecho de que más de la mitad de los detenidos en esa tarde-noche del 28 de Mayo, hayan sido liberados al día siguiente, no expresa precisamente buena voluntad de las autoridades, sino la forma de proceder de las detenciones. Y la conclusión es inevitable. No fueron selectivas. No se detuvo a todos los verdaderos causantes de los destrozos. Se detuvo a quien estuvo presente, porque ese, en términos del Secretario de Seguridad Publica, ese es un agitador. En la misma entrevista referida, el Secretario refiere que “(…) el altermundista fue el que vino y se encerró en la universidad, hizo sus foros y planteó propuestas.” El entrevistador le señala que muchos de esos fueron a la marcha, y el Secretario contesta: “Ah, entonces ya se convierten en agitadores.”. ¡Que maravilla de razonamiento! ¡Cuanta claridad en la diferenciación de estos actores sociales! Y reforzando el criterio con el que se detuvo a los manifestantes, describe el operativo de esa tarde, y da ideas de porque hubo estas detenciones: “(…) lo que se debe buscar es que el inocente se retire del lugar. Por eso lanzamos dos granadas amarillas de humo (…). Después de esas dos bombas era claro que toda la gente que se quedaba ahí era beligerante y estaba metida en la manifestación. (…) si la gente seguía allí y rompían vidrios y alteraban el orden, entonces teníamos que cargar y hacer las primeras detenciones.”
  1. ¿Y tanta claridad de ideas, de donde procede? ¿Cuál es el fundamento de esta forma de proceder?



Volviendo a la entrevista, el periodista le señala al Secretario que si el problema entonces no eran los que incitaron el enfrentamiento, sino todos los manifestantes, y este contesta haciendo alusión a la teoría de la psicología de las masas:

“(…) había mucha gente que no tenia que ver con la agresión, pero se sumó a la masa. (…) el ser humano cuando ve una masa siente que pierde la individualidad y así puede hacer muchas cosas que no puede hacer en lo personal.” No se si sea por su formación profesional (Lic. En Derecho por la UAG), pero esta visión de la relación individuo-sociedad es bastante estrecha. Una acción obedece a intereses, es voluntaria es conciente. La significación social, como valor de una acción dentro de una comunidad, refuerza lo que es la acción. Esta significación se adquiere sociohistóricamente. La imagen de la autoridad, lo que representa y lo que refleja es lo que esta en juego.

La confrontación como medio de resolución de conflictos es respirada, desgraciadamente, desde el seno materno, y este caso del 28 de Mayo es precisamente el mejor de los ejemplos, donde estamos viviendo que la respuesta que se obtiene ante demandas especificas es la cerrazón, la imposición de la fuerza policíaca, la cárcel, las golpizas… ¿Cómo se va a obtener así, una imagen favorable, de quién ejerce el poder y actúa sin más fundamentos que los de la lógica de la conservación de la estructura? La circularidad de las respuestas y la estrategia de desacreditación del otro a partir de su persona, nos llevan a dudar, ya no solo de la capacidad de argumentación lógica, sino de su misma capacidad de resolución de conflictos sociales, que junto a la insensibilidad política que la cerrazón del Gobernador conlleva, y que se basa esa forma demagógica que es el populismo, donde “el pueblo lo apoya” (sic) en la decisión que tomó contra las personas que “(…) vinieron a destrozar la ciudad de Guadalajara, no vinieron a presentar ninguna propuesta alternativa a la Cumbre, sino llegaron a destrozar la ciudad” (sic) no nos ofrecen una idea concreta de la Democracia, que se presume, reina en este país, ni de los valores humanos, morales o espirituales que vivimos desde que el catolicismo es partido y gobierna este Estado. Entramos a una nueva época, la del gobernar desde, por y con la menesterosidad de la barbarie de la democracia.

Un orco con ganas de vengarse




Guillermo Guzmán




Amenophis



Cuando vas rumbo a la casa de tu amigo, y sabes que tiene un hermano el cual es un hígadito el hijo de puta, lo último que quieres es que sea ese pendejo el que te abra la puerta.

Y si a eso le agregan de que a parte de pesado, es maricón, peor tantito.

Son de esas personas que quisieras mentarle toda su  reputa madre, pero te abstienes porque es hermano de tu amigo.

Son de esos miserables que te gustaría patearle y patearle y patearle el culo hasta que verdaderamente llore como verdadera nena. Patearlo mientras le dices “chinga tu madre”, pero te abstienes porque es hermano de tu amigo y hermano de tu novia también, y quieras o no, lo van a defender.

Igual y nada más se interpondrían entre mi pie y el culo de su puto hermano para que no le siguiera haciendo daño, pero de que harían algo, es un hecho.

No es homofobia. A final de cuentas si es maricón, pues es su problema. El problema radicaba en que era un maligno hijo de perra elitista, superficial, vacuo, nihilista y estúpido hijo de perra.

Así que mientras vas con ese rumbo, también vas pidiendo que no te abra ese miserable.

El problema es que a veces la gente no sabemos pedir, y allí tienen que precisamente el desgraciado es el que me abrió la puerta.

Lo primero que le noto al desgraciado, son sus zapatos de Zara, su pantalón negro de vestir de Zara, camisa manga larga de Zara color violeta con rayas blancas y fiusha, un sweater sobrepuesto en la espalda y los hombros y agarrado a la altura del pecho con un nudo sencillo de las mangas, piel blanca de güero de rancho, figura muy delgada y con el hocico chueco como puta insatisfecha. Lo único que atinó a decirme fue:

-¿Sí?

Maldito desgraciado. Apuesto a que todo el día se la ha pasado en su casa y lo más probable es que desde que se levantó se vistió de esa manera. Era una nena que no lavaba ni el plato donde tragaba. A duras penas lo levantaba de la mesa pero nada más para dejarlo en la tarja. Era un remedo de cabrón. El que fuera homosexual no implicaba que fuera toda una señorita que no fuera a cagar, nada más para no tener que limpiarse el culo.

Y todavía al abrir la puerta, el pendejo me mira con insolencia, con la clásica mirada de alguien que se siente socialmente superior.

Ambos éramos profesionales. Él trabajaba para una agencia de personal en el área de reclutamiento y sentía que podía apagar la lumbre a pedos. Ganaba menos que yo, pero tenía la ventaja que el estúpido no daba ni un peso a su casa. Todo su dinero lo gastaba en ropa, accesorios caros, zapatos y perfumes. Y también en sus hábitos socialités nocturnos. Ustedes saben. Restaurantes italianos, franceses, y cafés muy selectivos. Puta vida superficial.

En cambio yo, estaba en capacitación y RH, y el dinero se me iba en cerveza, whiskey, tequila, amigas, moteles, en mi novia, cigarros, bares, cantinas, puestos de tacos, comederos sobre la carretera, usaba la misma camiseta durante toda la semana y diario estaba desvelado por las constantes tertulias. Rara vez compraba ropa y tenía como dos meses que no cambiaba las sábanas. Dormía en mis propios hedores.

Definitivamente nunca íbamos a coincidir, en tiempo, espacio y formas de ver la vida.

Cuando me dijo “¿Sí?”, sentí un impulso de estamparle un puñetazo en su maldita cara y decirle, “¡Quítate pendejo ni que viniera a verte a tí!”.

-          ¿Sí qué, Panchito?

Al pobre estúpido le repateaba que le dijeran Pancho o Paco. Peor tantito “Panchito”. Mi encabronamiento me daba cuerda para canalizarla a cosas mejores.

-No entiendo cuando me preguntan ¿Si?, y creo que tienes el suficiente nivel para optar por utilizar una expresión más adecuada a tu acervo y entorno social. Al preguntar ¿Sí?, te reduces al pensamiento larvario de la gente que contratas como operadores, así que por favor ten un poco de dignidad y recíbeme de mejor manera. Hazlo por tu hermanita que tanto me ama y hazlo por los miles de años que desgraciadamente vamos a ser cuñados, pero por mientras hazme un puto favor, y quita tu puta cara del camino que no te vengo a ver a ti.....vengo a ver al Pumba.

Y pues caminé para entrar a su puta casa, así que no tuvo mas remedio que hacerse a un lado. Su cara comenzó a ponerse muy roja, y mientras subía la escalera volteé hacia donde lo había dejado parado, y con mucha sorpresa lo descubrí manoteando en el aire, mientras hacía caras chistosas. Caras que yo interpreté que me estaba remedando o por lo menos estaba teniendo su propia venganza humillándome nada más que lo hacía en su pensamiento.

-          ¡¡ EEEHH PANCHITOOO, QUE FACIL ES HACER QUE PIERDAS LA POSTURA !!

¡¡ DONDE QUEDÓ ESE CHICO NICE, EDUCADO, CULTO Y DE BUENOS MODALES !!

Maldito perro. Ya vendrá el día que terminemos tu hermana y yo, y ahora sí, sabrás lo que es amar a dios en tierra pa´las macetas.

Nada mas con el puro hedor a patas y a pizza podrida, cualquier persona podría saber que estaba llegando al cuarto del Pumba.

En lo que subía las escaleras pensé en las diferencias abismales que había entre los tres hermanos. Uno, el puto, metrosexual, pero por otro lado, el Pumba, se ponía el mismo pantalón hasta cinco o seis veces. No usaba  perfume, le olían los pies, sus calcetines pocas veces coincidian ya que agarraba los primeros que veía, usaba playeras de equipos de futbol o de grupos de Rock y tenía un tatoo que el cabrón del tatuador se lo dejó a medias porque se largó a Tijuana y por flojera  ya no buscó otro para que se lo terminara.

En cambio su hermanita, era el mismísimo cielo convertido en mujer. Buena, bonita, chichona. Chaparrita con pelo largo y ondulado y se reía de mis chistes.

Me pregunté como chingados puede haber tanta diferencia si los tres salieron del mismo boquete, y se supone que los tres recibieron la misma educación. Ya no pensé más pendejadas y llegué al cuarto de ese cabrón que para variar, estaba cerrada la puerta.

Ta, tata, ta, tá – Toqué mentando la madre

-¡¡Quien putas es!!

-¡¡Tu padre pendejo!!

-Papaaaaaaaá, donde has estado todos estos años??, estoy a punto de volverme maricón como mi hermano por el síndrome del padre ausente y tú ni enteraDOO!!

Jajaja, hijo de puta, cuando dijo DOO abrió la puerta de golpe así que me asustó.

-Ay ´jo de la chingada – solté el grito

-Que pedo wey, pásale

-Jajaja, vete a la verga, no te voy a saludar de mano, ni que no supiera que te la pasas rascándote los huevos, agarrándote la reata y oliéndote los dedos

-Burp!!, aaah que nena eres, se me olvidaba lo puto que eres....

-Pos no mames, tenme consideraciones, lo hago por tu hermana que después le ando metiendo la mano y no quiero infectarla, jajajajajajaja

-Chinga tu madre. Pásate y cierra la puerta, estaba jugando esta madre, aaay wey, está bien perro el juego, mi jefe se pasó de todas las cornetas, pura putazera papá. ¿Quieres jugar?...

-Ahorita cabrón, el puto de tu hermano me volvió a malvibrar .....

-Ese hijo de su puta madre, para mí que lo cambiaron en los cuneros y mi verdadero carnal ha de estar pasando horas muy culeras en una familia culera, y mientras, este pendejo vive como princesa sin merecérselo.

-Jajajajaja, eres un hijo de la chingada, aún con tu propio carnal....

-Aaah, no te vengas a hacer pendejo, de tus ganas ya te lo hubieras madreado, nomás porque la Bety te pone tus aplacadones, ya sabes que por mí, mátalo al perro

-Pues ahí está el Jonás que por una bolsa de mota lo manda al otro mundo

-No wey, con ese cabrón no. Si nada más lo matara estuviera chingón, pero el muy cabrón es un sátiro de mierda y lo haría sufrir mucho, digo, odio a mi carnal pero no como para hacerlo sufrir

Destapé una cerveza de las que traia y me dirigí a la cocina a guardar el resto en el refrigerador.

Desgraciadamente panchito estaba en la cocina preparándose unos sándwiches. Me dí cuenta que se iba a preparar un chocomilk, porque estaba la lata de Pancho Pantera, el azúcar y una cuchara en la mesa, pero al verme llegar a la cocina dejó todo a medias y se salió a hacerse pendejo a otro lado.

Como ví que le faltaba la leche al estúpido, se me ocurrió cooperar. Saqué el bote de leche y comencé a orinar dentro del galoncito de plástico. Aaaaaahhhh que rico es mear cuando verdaderamente tienes ganas, y mas, cuando tienes un doble propósito.

Estaba a media orinada, cuando me percaté que el bote tenía mas leche de la que ese pendejo podría consumir, o sea que el resto se lo iba a beber su familia, y lo que era peor, mi Bety, así que detuve el chorro, tiré leche en la tarja y cuando consideré que había leche suficiente para un vaso, volví a descargar. No dejé ni una gota a fuera.

-Cabrón, ya es hora de irnos al partido, así te vas a ir? – Le pregunté al Pumba

-Que te valga madre no?, o que?, te doy vergüenza?

-Pues por mí vete encuerado cabrón, pero no me hagas llegar tarde porque sí te reviento tu madre

-Te faltan huevos para ponerte con un hombre de neta, pu-ti-to.

- Pues nomás me imagino que me estoy madreando a tu putihermanito y verás cuanta ira me pudiera salir

-Ay sí, ay sí, ya, ya, ya, vamonos pues, para que no estés chillando, ¿nos vamos en tu carro?

-No mames cabrón, el puto estadio está a la vuelta, a seis siete cuadras.

-Ah pos sí, vamonos a pata pues.

Mientras íbamos bajando la escalera, escuché que la licuadora se encendía. No pude aguantarme la risa. El pasillo que nos llevaba a la puerta pasaba por la cocina. Volteé para asegurarme que lo que estaba pensando era verdad y cuando ví el bote de leche en la mesa y al estúpido de frente a la licuadora solté una carcajada. Eran verdaderos alaridos.

Lo bueno que el sabor de la fresa iba a ayudar a disimular el sabor.

-Y ahora tú pendejo, ¿que traes? – Me preguntó Pumba

-Que tu hermanito podría necesitar mas lechita.

-Eso qué cabrón?, pues que ordeñe a su vato, porque yo le daría puros meados al pendejo.

-Jajajajaja, por eso somos compas, pensamos igualito cabrón, jajajajajajajajajajajajajjajaja

-¿Qué te traes pendejo?

-Jajajaja, nada wey.

-A veces eres medio pendejo – Me dijó el cabrón Pumba con mirada emputada.

Es que hay cosas en este mundo que mucha raza nunca podrá entender.

Noche de clásico de clásicos y había mucha efervescencia en el ambiente. En el último clásico las chivas habían perdido así que las ganas de revancha estaba en el entorno. Es verdaderamente chingón ver a la gente que le va a tu equipo, con sus rostros, sus playeras, sus banderas y la ilusión de ganar reflejada en los ojos y sus espaldas.

A lo lejos, un número bastante considerable de seguidores del Atlas reunidos en un solo grupo me hicieron detener el paso por un momento. Eran bastantes y se podía percibir que tenían ánimos de pelear, ánimos de molestar gente, niños, cualquier cosa que fuera contraria a su estúpida ideología. Si los seguidores del Atlas no son capaces de respetar el himno nacional, entonces te puedes esperar que te roben la luz, se coman a tus hijos, se caguen en tu pasto y se cojan a tu abuelita.

Todos ellos representan al hijo de puta que nunca quisieras para una de tus hijas. Malditos delincuentes. Ojalá se murieran todos.

Rodeamos a ese grupo de pseudos aficionados a una distancia de seis metros y nos dirigimos hacia un puesto de tacos. Había que comer porque íbamos a gritar mucho y a beber todavía más.

Estábamos en la tarea de tragar, cuando de repente sentí que me tocaban el hombro con los dedos. Volteé para saber quien chingados me estaba llamando.

De frente estaba un cabrón, con su playerita rojinegra tan mas puteada y en sus manos, una bandera con su palo de madera. El estúpido estaba acompañado de siete pendejos más, igual de pendejos a él, y todos, con sus estúpidas banderas. El tipo que me había dedeado el hombro no me dijo nada, simplemente se me quedaba viendo con ojos de enojado y sus estúpidos acompañantes simulaban estar emputados porque no se les veía sinceridad en su enojo.

Me sentí estúpido de estar esperando que me dijeran algo, así que me volteé hacia donde tenía mi plato mientras les decía :

-Discúlpenme chavos, pero no tengo varo.

Entonces ya no me llamaron con los dedos. El cabrón me tomó por el hombro y me dio un jalón de manera brusca para que volviera a quedar de frente a él.

-¡¡ A mí no me ignoras pendejo !!

Ahora sí, supe que sabía hablar el inútil.

Mi amigo el Pumba se me quedaba viendo como diciendo “¿y ahora en qué pedo te metiste cabrón?”, y yo le miraba como diciendo: “Neta que no tengo la menor idea de quien es este estúpido”

-Mira babosote, no tengo la menor perra idea de quién eres, y lo más seguro es que te estés confundiendo de cabrón, así que hazte un favor y lárgate a la chingada porque no quiero pedos

-No me estoy confundiendo hijo de tu chingada madre, tú eres Samuel Madrigal, encargado de recursos humanos de Mierdaltiva y Asociados.

Ah cabrón, se sabe mi nombre y apellido, este cabrón a huevo que me guarda rencor.

-¿Y que putas tengo que ver contigo?

-No sabes cuánto le he estado pidiendo al diablo que me diera la oportunidad de encontrarme contigo y volverte a ver cabrón, ahora sí, estás en la calle y no detrás de tu puto escritorio donde te sientes la gran cagada. Aquí sí no eres nadie cabrón, eres igual que nosotros y vas a morir como perro.

Ande cabrón. Eran esos temas de conversación agradables, que cualquier lord inglés podía sostener en cualquier reunión de té de las cinco de la tarde.

En ese momento, por alguna razón pendeja de mi cerebrito, me pasó por la mente la foto del marine que le da un beso a su novia, después que volvió de la segunda guerra mundial. Foto que tenía en una colección especial de Time Life. Así funciona mi cerebro, ¿qué quieren que yo haga?.

Igual y dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa por tu cabeza en cuestión de segundos. Pues por mi mente pasó esa foto, y el recuerdo del festejo de Fernando Quitarte cuando metió gol en la final contra el Cruz Azul.....Perra madre, pienso puras pendejadas en los momentos de más seriedad.

Y como ya estábamos hablando de morir y esas cosas, pues tuve que poner en marcha el motor, porque tenía que salir librado de esa, pero siendo honestos, estaba más sorprendido de tener a ocho pendejos en frente con toda la intención de rompernos la madre, con ventaja numérica considerando también a los pendejos que estaban en bola metros más adelante y que podían intervenir en cualquier momento a favor de los ocho atlistas hijos de perra.

Para sorpresa mía, Pumba no decía nada. Igual y estaba bien, porque era muy visceral y demasiado atrabancado, y cualquier cosa que pudiera haber dicho, hubiera jodido más las cosas.

Decidí sacar plática para ir ganando tiempo y esperar si por lo menos al taquero se le ocurría algo. Es lo malo de esperar demasiado, de gente que ni al caso.

-Mira cabrón, tú sí me conoces pero yo no tengo la menor perra idea de quién eres. De tanto animal que contratan está cabrón aprenderme los nombres. A lo mucho me acuerdo de qué raza son, pero si me dices quién chingados eres y por qué traes tanto coraje guardado, igual y te puedo ayudar..

-Como dices pendejadas, ¿ayudarme en qué?, soy Martín Casillas y me quisiste correr con un puto cheque de dos mil pesos.

Ah vaya, ahora los dueños registran a sus mascotas con nombre y apellido.

-Aaaaaaaah mira, ya me acordé, te saliste de la oficina amenazando con que ibas a demandar pero pues creo que te la pelaste porque haciendo cuentas, tú fuiste de los últimos, así que nomás terminamos con ustedes, al día siguiente nos liquidaron a nosotros y la empresa cerró, por lo que veo, cuando metiste la demanda la empresa ya no existía.

Por la cara que puso el estúpido, pensé en que le había atinado.

-Te va a cargar la chingada.

Los siete estúpidos restantes se pusieron en posición de blandir sus palos. Parecía que estaban esperando una señal de Martíncito.

Agarré la cazuelita del chile y la sostenía como si se tratara de una piedra. La expresión del Pumba me dio risa pero no me podía reir abiertamente. Se me quedó viendo como diciendo “y ahora este pendejo?, acaso cree que es una pistola o que chingados?”.

A final de cuentas sí estaba tomando en serio el asunto porque no la chinguen, estaban a punto de partirme el hocico. Y del taquero, naaada.

-Mira cabrón, definitivamente me pudiera cargar la chingada, pero te voy a pedir una cosa hijo de tu perra madre, si efectivamente piensas en matarme, asegúrate que quede bien muerto, porque si no, así tarde meses en recuperarme voy a regresar por ti, voy al archivo muerto de la empresa y busco tu expediente hijo de tu puta madre y allí sabré donde vives, los piojos como tú duran años en la misma casa así la estén rentando, así que si le vas a entrar, éntrale con huevos y déjame bien muerto. Igual y si me matas, tendrías que matar a este pendejo para no dejar testigos, y no tienes los suficientes huevos para andar por la vida debiendo dos cabrones. Eres tan mierda como la playera que traes puesta, y un baboso como tú, que se siente verga cuando está rodeado de amigos, nunca duran vivos en la cárcel. ¿Ya te imaginaste lo que harían de ti si estuvieras en el bote?....todavía eres hijito de mamí. Tuviera miedo si fueras algún otro cabrón con una pinta de delincuente, pero no mames, apenas puedes el palo de tu puta bandera, se te nota el hambre de aquí hasta santa chila que es donde a lo mejor vives, así que si le vas a entrar, éntrale bien y si no, lárgate a chingar a tu madre y déjame seguir tragando, y te prometo no ir al archivo muerto a buscar tu expediente para saber donde vives...te prometo que no me voy a desquitar, ¿estamos?

He tenido silencios incómodos en mi vida, pero ese silencio me trajo esperanza. Mi estómago estaba temblando, y mis piernas comenzaban a temblar también. Me descubrí respirando agitadamente y la mano seguía sosteniendo la cazuelita del chile.

Ya no existía Pumba, ni el taquero hijo de puta, ni podía ver el estadio tampoco. Ya no existía la gente y ni los siete pendejos restantes. Solamente estaba yo y el hijo de puta que tenía enfrente, y por un momento hubo un silencio ensordecedor y todo lo demás estaba oscuro. En verdad, nada más podía ver al estúpido.

Todo el ruido del entorno se volvió a escuchar, cuando el cabrón dijo:

-Chingas a tu puta madre...Vamonos cabrones.

Y se fueron corriendo, perdiéndose entre la gente.

Me recargué en el puesto echando una exhalación pero tuve el mal tino de recargar la espalda en un área que estaba caliente.

-Ay cabrón!!

Eso me trajo de vuelta al mundo, porque me acordé que estaba con el Pumba.

-No mames cabrón, les metiste miedo a los hijos de su puta madre

-Puta madre, pos no les dije la gran cosa, nada más estaba haciendo tiempo en lo que veía alguna señal, pero después ya no ví nada, únicamente veía al cabrón y nada más.....

-Estabas bien clavado, te hubieras visto la mirada, parecías loco pelando los ojos.

-El instinto de supervivencia, me iban a partir mi madre no mames.

-Ese cabrón sí que estaba superemperrado, porque haces encabronar a la raza cabrón?

- No mames, pinche pinta del cabrón, nada más eran arranques de valientes pendejos.

-La ví cerca cabrón, pero ni modo que dijera algo, ¿qué se dice en esos momentos cabrón?, la hubiera cagado, eran más.

-Es precisamente lo que en un momento pensé, te digo cabrón, por algo somos compas, jajajajajaja

-Uuuuffff, puta madre wey, neta que no sé como es que sigues tranquilo,

-¿Cuál tranquilo cabrón?, me duele la puta panza de los nervios, ya ni quiero tragar, vamonos por unas chelas...por cierto amigo taquero, gracias por el paro, no se hubiera molestado.

-Uuuuuhhh, yo ni los conozco, yo no sé si le debes algo a la gente, era tu pedo compita

-Chale, los taqueros ya no son como antes, díganos cuanto es por favor

Entramos al local de las cervezas, y nos quedamos en la barra. No decíamos nada. Yo en silencio haciendo contacto con mis nervios hechos nudos en el estómago y el Pumba mirando al suelo y mirándome a mí. Miraba al suelo y luego me volvía a ver a mí. La verdad ya no me pude aguantar.

-¿Que traes pendejo?  - Le pregunté de manera amable al Pumba

- Wey, neta, dime de a neta

-¿Que cabrón?

-Wey, ¿Qué chingados pretendías hacer con la puta cazuelita del chile cabrón?, AJAJAJAJAJAJAJAJA

Yo creo que de los nervios, la risa salió mas potente: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

-No sé cabrón, pero si tienes chile en los ojos no creo que puedas pelear, me preocupaba más que se me fuera a acabar el chile y esperaba que tú agarraras el pedo y agarraras otra cazuela....

-No mames, tenía un puto molcajete del tamaño de tu puta panza, como lo iba a cargar?, jajajajajajajaja, eres un pendejo, la cazuelita del chile, no mames, jajajajajajaja, bonito me hubiera visto en plena putazera y yo cargando un molcajete embarrando cabrones de chile, jajajajajajaja

-Así me haya sacado el pito, los meo cabrón

-Jajajaja, te veías bien botana y uno de los pendejos que iban con el wey, se le quedaba viendo a tu mano con la cazuela, y cuando hacías la mano para adelante, el wey como que se hacía a un lado para que no lo fueras a embarrar de chile, jajajajaja

-Mucha pinche risa cabrón, jajajajajajaja

-Eres un pendejo, jajajajaja

Ese día estuvo chingón y para completar el cuadro, las chivas le ganaron al atlas.

David Lynch


miércoles, 27 de enero de 2010

En veces

Presentación 

Transformar la cotidianeidad retratando la realidad

Nuestro objetivo es recabar trabajos originales tanto de obra escrita como obra plástica de artistas, sin considerar filiaciones religiosas, políticas o culturales. Nuestra intención es retratar la realidad de nuestro entorno para dar cuenta de la cotidianeidad de nuestras vidas, retratar el entorno desde como cada quien lo vive, para salir de los formulismos encuadrados en líneas especificas de pensamiento que limitan la creatividad y la expresión de ideas, rescatar el valor de la perspectiva personal para plasmar una realidad mas acorde a la que tenemos, no a la que nos platican o a la que nos quieren acercar. Transformar la cotidianeidad retratando la realidad. En el entendido de que somos parte de una multiculturalidad con una gran riqueza que se puede encontrar en las diferentes manifestaciones culturales que desde la cotidianeidad de cada quien se realiza en diferentes contextos y que gran parte de esa capacidad creativa se pierde al encontrarnos entre limites políticos y culturales inflexibles.



La obra Gráfica que presentamos en esta edición es del pintor tapatío Edgardo Badial.
 

lunes, 25 de enero de 2010

F.H.






Sergio Fong

Recorrer el mundo en camión. La vida misma se tira en el estómago urbano y a veces las historias humanas salpican como dardos punzantes.

Leí en una revista un suceso narrado por Martín Luther King sobre la Señora Rosa Parks y la discriminación racial. De cómo desobedeció las reglas urbanas y sociales estipuladas por los blancos. Que por no atender la orden del conductor, de dejar libre el asiento destinado a los blancos, fue encarcelada.

Desde que leí esa historia al treparme al minibús siento la actitud mecánica del chofer. Los pasajeros: en verdad mueren en el transcurso de su viaje. Y miro la galería de monos con quien comparto ese momento funesto. En estos últimos días mi cpu ya no retrata, a través de los cristales, los segmentos urbanos que me permitía observar como flashazos en sus paradas continúas. Ahora me atrapa el olor a manzanilla que transpira una flor diurna que oculta su mirada tras unas gafas negras. Su cuerpo irradia una luz que la corona. El conductor la mira siempre por el retrovisor. Pienso en la Señora Parks: costurera, atractiva, negra, valiente. ¿Cómo expresar el valor y el coraje de su piel y a la vez el dolor y el sufrimiento de la discriminación? ¿Su voluntad y decisión? ¿Cómo interpretar su desarticulación mental y no perder la cordura, su lucidez para mandar a la mierda la estructura de poder anquilosada en su pensamiento y su genética?

El camión ruge entre las viseras de la ciudad. Me acercó al espécimen. Puedo creer lo que veo: su metamorfosis. Se ha implantado una nueva piel y una cabellera rubia. Es tierna por dentro y tripea su belleza. Pero ante mi presencia irriga veneno como defensa, ¿Dónde compra esa fragancia? Me muestra sus colmillos como una rata y emite un sonido grotesco, tiene miedo, saca sus pezuñas. ¿Dónde radica su enfado, su alerta? Esta propensa a ser atacada y sus antenas se erizan. Es amorfa, pero desprende sentimientos incrustados a control remoto. Ya no pienso en Rosa Parks, sería inútil demostrar que su ira radicaba en sus ansias de libertad y de ser respetada como un ser humano. Que esa actitud de valentía era el espíritu de generaciones de hombres y mujeres negros que estaban por nacer en una prisión enorme, sólo para servirles a los blancos. Ahora pienso en esa masa amorfa que viaja en el camión y que esta dispuesta a matarme si me acerco más. Estoy encantado con el personaje, incluso lo puedo recrear o mantenerlo en ese estado metamórfico; zoourbano.

Me intriga saber si tiene algún nombre o sólo se comunica por celular. Hasta hoy, creo que nuestra relación ha avanzado. Siempre me bajo antes que ella, y al final del viaje le lanzo la última mirada, en esta ocasión se abrió una sonrisa como flor de papel de la mascarita que pende amarrada a su pubis.

Ya no lo pienso, definitivamente, hubiera sido más interesante encontrarme con la Señora Parks el día que reventó la conciencia de la raza negra.

El Gurú de las Ratas




Carlos Filiberto Cuéllar




La realidad última no es clara e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que se hicieron  amantes, puros de corazón y pobres de espíritu.

(ALDOUS HUXLEY – La Filosofía Perenne)


1

De mis doce hermanos yo era el más tragón. Siempre busqué la tetilla más regordeta de mi madre para afianzarme sobre su tierno pezón. Aunque mis ojos aún permaneciesen cerrados, me abría paso a empujones y patadas, haciéndolos a un lado, gimiendo quedamente, pero al mismo tiempo con más potencia que los otros.

            Mi padre, mis tíos y tías siempre me distinguieron como el más comelón y al más gordo. También el más llorón de los críos. Todos se sabían de memoria mi chillido: emotivo, grave y sobradamente sentimental. Mucho más demandante que los de mis hermanos, quienes apenas se quejaban o resoplaban al dormitar. Un llanto de criatura recién parida que albergaba toda la desesperada necesidad de amor y alimento que nada en el universo podría jamás solventar.

            Fui quien primero salió del vientre, quien ingirió mayores cantidades de la suave flor de leche de nuestra madre.

            Al abrir los ojos, mis pasos superaron pronto a los de mis hermanos. Mucho antes que ellos me aventuré en las otras habitaciones y galerías de nuestra Colonia, donde vivían tíos, primos y alguno que otro hermano adoptivo que se sumaba de cuando en cuando a nuestro conglomerado animal. No sin los previos ritos de aceptación practicados hacia el nuevo miembro, que iban del intercambio de olores,  miradas fieras de mi padre y tíos hacia él, hasta golpes y dentelladas. Enseñándole quiénes eran los dueños de nuestro refugio. Mostrándole ante mano que si quería venirse a vivir con nosotros, tendría que acatar el liderazgo repartido equilibradamente entre mi padre y sus hermanos, donde no existía el menor lugar para nadie más.

            Todos ellos aceptaban mi iniciativa de explorar y jugar en las otras salas. Hasta veían con cierto agrado el hecho de que llegase de visita con los ojos entreabiertos, y premiaban mi curiosidad con una nuez, cacahuate o trozo de sabroso dulce. Pero no todos eran amables, alguno de mis malhumorados tíos llegó a empujarme fuertemente o propinarme alguna mordida cuya cicatriz adornaría por siempre mi rostro. Como el de alguien que ha acumulado bastante experiencia en batallas, exploraciones, guerras y aventuras. Y no sería más que la primera de una serie de cicatrices internas y externas, acumuladas como en un cinturón guerrero sobre mi organismo. Muestrario orgulloso de las superadas pruebas de vida.


2
           
De los hermanos, fui también el que más tardó en despegarse del seno materno. A pesar de que yo era más inquieto y curioso que los otros, siempre volvía, terco, al pecho de mi madre.

            Cuando mis hermanos dejaron de procurar la leche de nuestra progenitora, yo retornaba durante las noches para empeñarme en mi chichi predilecta. Y mi mamá solamente cambiaba el ritmo de su respiración, apenas alterado levemente durante su sueño por mi boca férrea que la lastimara ya con los primeros colmillos incipientes. ¡Cuántas veces soñaría de adulto con aquella etapa inmemorial en que mi existencia y los latidos de su fuerte corazón fuimos uno solo, fusionándonos y confundiéndonos espiritual y biológicamente, mientras succionaba su tibia leche hasta quedar por completo dormido!

            Pero este paraíso duró muy poco. Mi padre, celoso y justo, se encargó de echarme de la cama de pajitas, heno y papeles de mi madre. Nuevos hermanitos, más pequeños que yo llegarían en breve. Me dio unas buenas mordidas que se sumarían al álbum fotográfico de mis cicatrices. Me echaría de su dormitorio y me obligaría a dormir en la cámara donde se apretujaban mis doce hermanos junto con otros primos de nuestra edad. En total sumábamos poco más de sesenta jóvenes que buscábamos calentarnos, acercándonos los unos a los otros durante la madrugada. Peleando por la comida que nos acercaban mi padre, los tíos y primos mayores, chillando, haciéndonos enojar los unos a los otros y arrebatándonos los bocados.

        Mi infancia pasó demasiado aprisa. Apenas tuve tiempo de aprovecharla. Muchos de los hermanos y primos morían de frío, por no tener la suficiente fuerza o valentía para apoderarse de los mejores trozos de comida,  o simplemente por darse por vencidos y dejarse morir así de repente, cansados de nuestra existencia hacinada y simplona. Sin ningún motivo para seguir con la vida, pero curiosamente, tampoco para morir. Se quedaban nada más como dormidos y luego ya no se movían. Sabíamos que ya no vivirían o no tendría remedio su vida cuando los mayores los sacaban arrastrando de nuestra Colonia para arrojar sus cadáveres al río.


3

El relativo equilibrio de nuestra Colonia no duró mucho. Hordas bárbaras de nuevos inquilinos se empeñaron en apoderarse de nuestra guarida, envidiando su seguridad, amplitud y calidez. Queriéndola solamente para ellos.

            Estos nuevos vecinos no se preocuparon por transitar por los ritos de bienvenida que mi padre y mis tíos exigían a los nuevos inquilinos. Eran irrespetuosos y agresivos. Llegaron nadando, cruzando por el Río que estaba cerca de la Huerta de Nogales, bajo la cual se ubicaba nuestra amada Colonia. No pidieron permiso para invadir nuestras galerías y salas, que nuestros parientes adultos se preocupaban tanto por mantener limpias y con las bodegas llenas de comida. Eran caníbales e insaciables. No sólo se apoderaron de nuestros dormitorios, sino que devoraron todos los víveres, incluyendo las reservas para el invierno. No contentos con ello, los invasores mataron y comieron también a nuestros hermanos más pequeños, principalmente a los que acababan de nacer, pues les resultaban tiernos y tampoco podían escapar de sus fauces.

            Mis tíos y mi padre organizaron la defensa, lucharon con todas sus energías. Mi padre era el más fuerte y valeroso, el líder moral de la Colonia. Aunque la administración de todas las galerías estaba muy bien repartida entre sus hermanos, quienes trabajaban en conjunto, sin dejar de respetar a mi padre como un líder innegable y justo. Las sabandijas invasoras los supieron de inmediato e hincaron primero sobre él sus colmillos de envidia y maldad. Lo mordieron en los ojos, cegándolo y dejándolo indefenso. Lo arrastraron herido ante mi madre, tembloroso y tiritando. No tardaría en morir, debilitado por la sangre perdida.

            Dos de los tíos murieron también luchando contra las alimañas, los demás no tuvieron más remedio que tomar a los más jóvenes y a sus esposas, llevándose las pocas provisiones que no habían tragado los invasores. Cuatro de mis hermanos huyeron con los tíos y algunos primos, viéndose obligados a cruzar el Río. A algunos de los sobrinos más pequeños los arrebató la corriente de agua helada del mes  de Noviembre que anunciaba un invierno infame. Los sobrevivientes siguieron la marcha tras cruzar el río, no volvimos a saber nada de ellos.

            Cuando mi madre tuvo que convertirse en la esposa del líder de las sabandijas, sentí que mis días estaban contados. La angustia no se compararía con la que experimenté cuando de pequeño, mi padre me separara de mi madre y de su pecho. Era una tristeza y una soledad enorme, mucho más grande que todo el conjunto de galerías de nuestra Colonia, más grande aún que la Huerta de Nogales gigantes que nos cobijaba y proporcionaba alimento diario. Un sentimiento de desolación aún mayor que el Río cercano por donde llegaron las sabandijas nadando para invadirnos. Pues ya no tendría a mi padre, como siempre lo tuve para defenderme y dar la cara por mí, consolarme y alimentarme. Y mi madre tendría que ser la esposa de un invasor desconocido y cruel.


4

Las alimañas se apareaban con nuestras hembras sin respetar tiempos, estaciones del año, ritmos ni ciclos biológicos. Las cubrían o se acoplaban sexualmente con ellas con violencia y cada que sus instintos trastornados los urgían. Nuevas generaciones de mestizos, horrorosos, mezclados con su sangre y la nuestra llenaron las galerías donde antaño jugáramos yo y mis hermanos. La población aumento desmedidamente. No había espacio siquiera para echarse y tomar un descanso, no existía la calma ni de día ni de noche. Las riñas y los asesinatos estaban a la orden del día. Las sabandijas se mataban y tragaban entre sí. La comida era hurtada, arrebatada. Las crías de una galería secuestradas para ser devoradas por el patriarca de otra, sin importar que fuese su pariente.

            El líder de los invasores, quien había tomado a mi madre como una de sus hembras me perdonó la vida a cambio de servirle como esclavo. No sólo debía conseguirle alimentos provenientes de la Huerta de Nogales, sino ayudarlo a acicalarse y asearse diariamente, traerle todo lo que se le antojaba y cumplirle sus caprichos. También debía llevar alimento a los hijos que comenzó a procrear con mi mamá y con otras hembras, incluidas algunas que llegaron con él, así como las primas y hermanas que no pudieron huir con los que cruzaron el Río, convertidas en esclavas sexuales y servidoras suyas.


5

Finalmente, los alimentos que nos proporcionaban los añejos y sabios nogales quienes nos brindaron su cobijo desde años atrás dejaron de llegar. Una plaga arrasó con los árboles, matándolos y dejándolos secos por dentro. La tierra en sus raíces se volvió árida y perdió la suavidad y humedad que nos cobijaba. Los insectos y lombrices que cohabitaron durante años con nosotros y que nos servían igualmente de alimento se extinguieron junto con los árboles. El agua del Río estaba sucia, había que caminar durante muchas horas y hacer el trayecto igualmente arduo de regreso para conseguir la comida de la que la élite de sabandijas devoraba la mejor parte.

            Perdí muchísimo peso. Dejé de estar triste, de pensar, de preocuparme. No porque en el fondo de mi corazón no estuviese triste, sino porque ya no sentía la tristeza. No sentía nada por dentro. Comía muy poco, apenas las sobras que arrojaban al suelo las sabandijas. Sólo trabajaba y obedecía. Mi pasado dorado como hijo de mi padre se borró. Nadie recordaba que yo fui el hijo consentido de mi padre, el que se atragantaba con las mayores raciones de leche, nueces y otras delicias. Del gordito juguetón y curioso, consentido por sus tíos, no quedaba más que un delgado saco de huesos, polvoroso y miserable. Una pobre alma quien corría enloquecida a lo largo de kilómetros durante el día, en busca de su tributo diario de alimentos para llevárselo al líder de las sabandijas. Corrí tanto, trabajé tanto a sus servicios, consiguiéndole comida para él, sus esposas y sus hijos, que un buen día me morí.

            Tardé varios días en levantarme, no podía moverme.

            Mientras tanto, las alimañas y sus hijos tenían que salir también durante el día. El hecho de que los miembros de la colonia tuviesen que buscarse el alimento de día y ya no de noche como fue costumbre de los nuestros durante décadas, indicaba la excesiva sobrepoblación que saturaba la Colonia. No cabía ya nadie más en sus galerías y las provisiones eran un triste recuerdo que todos añoraban con melancolía. Terminaríamos comiéndonos los unos a los otros en totalidad si no se hacía algo para remediar aquel desastre.




6

Un día, las sabandijas encontraron un extraño alimento, oloroso y tentador que alguien colocó en un terreno del otro lado de la Huerta.

            Era costumbre de los nuestros, cuando se presentaba la oportunidad de probar una nueva comida, el enviar a una avanzada de exploradores compuesta por uno o dos valientes. Quienes tenían que aventurarse en nuevos territorios y paladear los posibles pero desconocidos alimentos. En muchas ocasiones alguno de los exploradores moría tras ingerir la nueva y rara tentación. A veces perecía la totalidad del contingente enviado. Por lo que la avanzada de exploradores, la mayoría de las veces se convertía en suicida. Con ello, los demás sabríamos contundentemente que aquel alimento estaba ungido de alguna sustancia mortífera colocada por algún enemigo para exterminarnos. De manera automática, al morir los exploradores, el resto de los miembros de la Colonia sabría para siempre que no deberían comer ese alimento por nada del mundo. En delante todos lo evitaríamos. Se sacrificaba a uno o dos miembros con la finalidad de preservar al resto de hermanos de la Colonia.

            En este caso, como era poco lo que podía moverme y serles de utilidad, el líder de las sabandijas decidió que yo debía ser quien cruzara la frontera de la Huerta y probar el atractivo pero desconocido alimento. Si acaso sobreviviera, las alimañas encontrarían una nueva fuente de alimento. No tenían nada que perder, ni ellos ni yo.

            Me llevaron al borde del muro que marcaba la frontera con nuestra Huerta y me arrojaron  más allá de nuestro territorio, chillando y gritándome desde las rocas que la conformaban para que me precipitara a ingerir el extraño alimento del que dependía, según ellos, su supervivencia si es que la nueva comida no me mataba.

            Me arrastré con los ojos cerrados, apenas podía moverme, guiado solamente por mi olfato diestro que me orientó hacia donde se encontraba la comida. Ni siquiera lo pensé cuando mi nariz entró en contacto con ella. Era suave, de un olor fuerte y exquisito. Con un perfume de ligero tono agrio que me recordaba al aroma de las ubres de mi madre después de alimentarnos durante mis años de infancia.

            Lo tragué sin pensarlo. No tenía miedo de morir, ya  había muerto antes junto con mi padre asesinado. Al principio parecía que no me ocurriría nada, pues yo continuaba respirando. Desde el otro lado de la barda las alimañas chillaban triunfantes y exclamaban, creyéndose victoriosos.

            Comencé a convulsionar, mi cuerpo se sacudió y una espuma amarillenta surgió de mi boca. Las sabandijas se quedaron congeladas. La decepción recorrió las cientos de cabecitas peludas y el doble de ojos que me observaban desde la barda de rocas. El silencio y la tristeza volvieron a reinar en la Colonia. Esta vez me morí definitivamente. Lancé un chillido exhalante y me quedé sin vida. Nadie de ellos volvió a pensar en mí, ni siquiera mi madre que agotaba sus últimas energías en amamantar a veinte de sus pequeños mestizos. No le quedaba mucho de vida a ella tampoco.


7

Varias horas más tarde, unas manos o un hocico de un animal mucho más grande que yo me tomaron con delicadeza y me arrojaron, inerte, al Río. Alguien cuyo reino se extendía a partir de los límites de nuestra Colonia no quería que mi cuerpo emponzoñara su territorio con su fétida descomposición. Así que echaron mi cadáver a las aguas heladas de Noviembre para que limpiaran aquel mundo de mi impureza.

            La corriente helada me arrastro a lo largo de días, golpeándome contra las rocas y la basura que otros seres lanzaron igualmente al río. Encontré piedras afiladas, cadáveres y desperdicios. Pero el agua fría también lavó mi estómago. Lo que no vomité inmediatamente después de ingerir el veneno fue limpiado por el agua fría del Río, al ser tragada por mis pulmones y mi estómago, quienes a pesar de su inconsciencia luchaban por retener la poca vida que aún albergaban.

            Una oleada de espuma congelada me colocó de nuevo en tierra firme. Mi nariz respiró de nuevo y captó la cercanía de unas zetas cuyo aroma me recordó a las que nacían bajo nuestros árboles en los mejores tiempos de nuestra Colonia. Me arrastré como pude y tragué todas las que me cupieron. Para mi fortuna no eran tóxicas ni nadie les había colocado veneno.

            Con el paso de los días volví a caminar, despacio, luego a correr igual que antes. Estaba solo pero me encontraba bien. Se trataba del jardín trasero de una enorme casa cercana al río.

            El invierno llegó y fue transcurriendo lento. Encontré un hueco debajo de una fuente donde me oculté del viento de Diciembre. Lo hice mi residencia. Las zetas se acabaron pero aprendí a darme un festín con las sobras extraídas de la basura de quienes habitaban la casa. Dejadas casi intencionalmente para mí.


8

Llegó la primavera y me aventuraba sin miedo de día y de noche cerca de las puertas y ventanas de aquel hogar. Pronto me familiaricé, principalmente con la voz de un hombre quien todo el día trabajaba ahí. Era un escritor, según lo escuché llamarse a sí mismo cuando hablaba por teléfono o conversaba con su esposa sin cesar. Vivían los dos solos en la casa.

            La voz del hombre se me volvió no sólo familiar, sino cálida y grata. Llegué a amarla de verdad.

            En nuestra Colonia, cuando éramos niños nos enseñaban a huir a toda costa de los hombres por ser nuestros enemigos naturales. Sin embargo, ahora podía pasar horas enteras, quieto, solamente escuchando su voz grave, hipnotizado con ella, con su ritmo, sus pausas y su entonación. Era una voz cristalina y gruesa, como una música grata y ronca similar al bramido del Río. Su esposa también amaba profundamente aquella voz e igualmente pasaba horas escuchándolo disertar. En ocasiones discutía con ella, más de alguna vez los escuché gritándose y amenazándose con la idea de dejarse. La joven señora lloraba y decía que lo abandonaría, que era un egoísta. Él sólo la miraba, se defendía con fuerza, mantenía su posición y luego la abrazaba y la besaba. Jamás cedía, pero la amaba con todas sus fuerzas a pesar de todo.  Muy pronto se reconciliaban llorando, cubriéndose de caricias y haciendo el amor. Yo anhelaba esos momentos y los esperaba angustiado en medio de aquellos episodios en que reñían, porque entonces la calma volvería a nuestra casa y yo seguiría escuchándolos a ambos interminablemente. Por alguna razón, los necesitaba a los dos, en especial al escritor y por nada del mundo quería que se dejaran o que estuviesen tristes.

            Al contemplar su amor, sentí una pequeña calada de envidia y de nostalgia por algo que yo desconocía pero que también anhelaba hondamente.


9

Pasó un año, y luego otro y otro más. Yo engordaba con toda la comida que intencionalmente me dejaban los esposos. Llegué a escucharlos hablar de mí, refiriéndose a las sobras que me dejaban en el jardín y llamándome su “pequeño inquilino”. Luego, el Escritor me bautizó como “el gurú”.  Asignándome cariñosamente el género masculino.

            Me atreví a entrar en su sala y por las noches a la biblioteca donde todo el día el escritor se inclinaba obsesionado sobre una pantalla luminosa, aferrándose a las palabras que sólo él amaba y comprendía. Me gustaba el olor de sus libros, del perfume que emanaban sus manos y su ropa, y el aroma de las copas  de cristal manchadas de vino rojizo, igual que sangre, del cual bebía a traguitos mientras escribía o escudriñaba en sus papeles.

            Algo en mi garganta y en mi lengua me impelió a imitar su voz, a hablar y vociferar como él, como cuando llamaba a su esposa, halagaba su belleza o reñía con ella. Comencé a gritar tratando de emular su voz grave. En su lugar se emitió un chillido, no tan agudo como el de mis congéneres, pero vigoroso y bello como el del escritor.

            Muchas noches grité durante horas, llamando a alguna compañera lejana.

            Cuando terminaba la noche y se aproximaba el amanecer, corría a mi refugio bajo la Fuente del jardín y me metía a dormir y descansar. Entonces soñaba. Soñaba con el pecho de mi madre,  con los latidos de su corazón y con la inextinguible fortaleza de mi padre. Soñaba hasta que mis emociones se vaciaban por completo y el sueño se hacía una sola masa oscura e inconsciente que lo envolvía todo sin remedio, trayéndome el descanso profundo. Soñaba sin cesar cada día, hasta que soñé que una compañera llegaba a mi vida y se quedaba conmigo para el resto de mi vida.



10

Una de esas noches solitarias, escuché agitarse a las aguas de aquel Río que hace años me trajera a esta, ahora mi casa. Acerqué mi nariz para olisquear el aire y el olor fresco del agua violentada. Intentando averiguar qué se traía hoy el imprevisible Río.

            Algo se debatía contra la corriente, luchando por no dejarse morir.  Mi nariz identificó el olor familiar de mis congéneres, similar al exquisito perfume que emanaban los cuartos traseros de mi madre, mis tías y mis hermanas cuando vivíamos en la Colonia.

            Una hembra.

            Me arrojé a la corriente helada e indómita. Yo ya había enfrentado al Río y sobrevivido en una ocasión, morí antes dos, tres veces, nada me atemorizaba. Fui tragado y escupido por él, me volví su enemigo y luego su aliado.

            Como todo un experto nadador me aproxime al cuerpo de aquella que ya se daba por vencida. Cogí su espalda con mi boca y la arrastré hacia la orilla de mi jardín. Mi hogar.

            La calenté con mi cuerpo en mi guarida, le limpié su cara con mi aliento, llevé ante ella zetas, nueces y otras delicias que masticó con sus ojos cerrados, despacio, extenuada, sin decir nada. No hablaba, pero aceptaba todo lo que le llevaba de comida.

            Fui comprendiendo que el Río, antiguo enemigo mío, me recompensaba tras muchos sufrimientos por haberlo retado y sobrevivir a sus aguas caprichosas. El Río me regalaba con una compañera como premio al valor demostrado al doblegar sus indómitas fuerzas. Ahora era responsable de ella, debía cuidarla, alimentarla y hacerme cargo de ella.


11

Comenzamos a recorrer juntos el terreno, a buscar y compartir la comida nocturna. Siempre andábamos acompañándonos. Empero, durante nuestra hora de dormir, ella se recostaba lo más distante al interior de mi guarida. Sabía que yo había salvado su vida, pero aún así me miraba con desconfianza.

            La veía acercarse en algunas ocasiones al Río y olisquear nostálgica el agua y el aire de sus corrientes buscando el rastro de un aroma familiar. Como añorando su antiguo hogar, esperando sin cesar que alguien volviese del Río por ella. Supe más tarde que su colonia había sido arrasada por los hombres con la ayuda de un perro cazador. Ella nació y vivió un año entero ahí, tuvo un compañero, quien huyó en la masacre, abandonándola, prefiriendo salvar su propia vida a esperar por ella.

            Tratando de seguirlo y de escapar del cazador, mi nueva amiga se arrojó al Río. Pero sus aguas la arrastraron durante horas sin darle descanso. Su esposo no la espero, el Río eligió otro rumbo para su vida, como lo hizo años atrás con la mía. Estuvo a punto de morir ahogada. Esa era su historia.

            Intenté ganarme su simpatía, mostrándole todos los rincones de aquel jardín y de la casa, llevándole los mejores restos de comida que encontraba, ayudándola a acicalarse, buscando congraciarme con ella. Al inicio mis acercamientos no parecían ganarme su simpatía, aunque a la pobre no le quedara más remedio que permanecer junto a mí. Pero con el paso de los días fue acostumbrándose a mis movimientos, a mis pasos, a mis sonidos y a mi olor.

            Cuando salía en busca de comida y regresaba a la madriguera bajo la fuente, ella se acercaba cada vez más alegre a mi encuentro. Hasta que una mañana acabo acurrucándose junto a mi lomo para quedarse por completo dormida.

            Entonces dejó de ser una extraña a quien alguna vez rescaté del Río, se convertiría en mi más grande y esperado amor. Un amor mío, para mí, como el que tenía el escritor.


12

Nuevas hordas de invasores venidos de mi antigua Colonia, donde ya no cabía ni un cabello más, comenzaron a llegar a través del Río.

            Esta vez, uno de los hijos del líder de las sabandijas llegó junto con otros cuatro de su misma baja estirpe, flotando río abajo en un viejo neumático. Ya no cabían en la vieja Colonia y se vieron forzados a remontar la corriente en busca de nuevos territorios donde establecerse y encontrar comida, dispuestos a invadir, sin importar que ya estuviese habitado mi Jardín. Capaces de utilizar sus agresivos métodos, uniendo fuerzas y asesinando a traición.

            Mi nariz los detecto desde que se acercaban a la orilla de mi territorio, flotando en su improvisada barcaza, remando con sus extremidades. La sangre se me agolpó en el hocico y en las orejas. Sentí una mezcla de miedo, rabia y desesperación. La tranquilidad lograda con tanto esfuerzo se veía amenazada.

            En el pasado, las sabandijas invadieron la Colonia donde nací, mataron a mi padre y sometieron a mi madre. No estaba en lo absoluto dispuesto a permitir que se quedaran con el Jardín y el gran amor con que el Río me obsequió luego de tantos esfuerzos.

            Recordando sus métodos de ataque con los que sorprendieron a mi padre, lo primero que hice fue ubicar sin que me vieran, a la distancia, quién los lideraba. Técnica que aquellos seres solían emplear cuando deseaban apoderarse de un nuevo territorio. Mis ojos experimentados identificaron al hijo del viejo jefe de las alimañas, el que años atrás doblegó a mi padre cegándolo, como el macho alfa de aquel grupo de cobardes. Sabía de antemano que sus seguidores no actuarían de manera independiente sin la guía de un cerebro algo menos mediocre que el de ellos. Sin el líder, aquel grupo de bichos no sabría cómo proceder.

            Pedí a mi amor que me esperara, oculta en nuestra guarida. Ella se quedo, aterrada y tiritando de miedo sobre un nido de pajitas en nuestra cueva del Jardín. En su vientre llevaba ya mi semilla, formando tiernamente nuestra futura estirpe. Mi amada estaba preñada. Si yo moría, las sabandijas matarían a mis hijos en cuanto nacieran para volverla su hembra y cargarla con su simiente. Pero ella me amaba, yo era su esposo, su adorado, su único. Y no la defraudaría. De ningún modo era el mismo joven temeroso a quien las alimañas convirtieron en su esclavo años antes.

            En cuanto desembarcaron, desde unos arbustos del Jardín donde los aguardaba oculto, me arrojé sobre el cuello del joven líder de las alimañas. Sin siquiera darle tiempo de ver qué le ocurría ni quién lo golpeaba.

            Chilló desesperadamente, llamando a sus seguidores para que le auxiliaran, pero yo los hice a un lado, usando mis patas fortalecidas y mi cola elástica y poderosa. Las batallas contra el río tonificaron mis músculos. Las cicatrices acumuladas por dentro y fuera de mi organismo me recordaban a cada instante una fortaleza ganada a pulso. Algo que no me habían regalado y que nadie podría de ningún modo arrebatarme jamás.

            Arrastré su cuerpo sin dejar de morderle el pescuezo y la cabeza, evitando que el resto de las alimañas me rodeasen para atacarme como era su costumbre, asesinando en grupo. El lidercillo chillaba desesperado pidiendo ayuda, sin saber quién le robaba la vida. Cuando sus seguidores intentaron alcanzarme de nuevo, buscando rodearme y liberarlo, salté al río sin dejar por ningún momento de hincar mis dientes sobre la parte anterior de su cuerpo que cada vez se aferraba menos a la vida.

            Nadando, con la punta de mi nariz sobre la superficie y lejos del alcance de las alimañas, mantuve el hocico de la sabandija bajo el agua hasta que se extinguieron sus fuerzas y dejó de luchar. Muriendo debido a la falta de oxígeno y a la sangre perdida ante las mordidas que le propinaba.

            Regresé a la orilla vuelto una furia, rugiendo y gritando, dispuesto a arrojarme sobre cada una de las alimañas que quedaban vivas. Hubiesen podido matarme entre todas de seguro, si lo hubieran querido y su hubiesen sabido cómo, pues me superaban por cuatro. Pero como ellas mismas me enseñaron, sin un líder que les dijese qué hacer, resultaban inofensivas e incapaces de actuar independientemente. Se me acercaron humillándose, implorando mi piedad, pero no tuve compasión, aunque tampoco fui demasiado cruel como para matarlas. No podía, yo no era como ellas. Las obligué a regresar a su neumático y volvieron por donde habían llegado, remontando las aguas.


13

La esposa del Escritor también esperaba un hijo. Todo parecía ir muy bien, las noches transcurrían tranquilas, mi amor estaba a punto de alumbrar, mis críos nacerían en días, la comida no nos faltaba. Los peligros parecían haber pasado. Era la primavera

            De cualquier manera no tardó en regresar la angustia y la tristeza, que ya eran parte inseparable de mi vida. Nuevas pruebas para enfrentar se presentarían.

            El escritor y su mujer discutieron una noche, gritándose e insultándose de una manera en la que jamás lo hicieron. Ella lloraba y él no paraba de arrojarle frases horribles en un tono agresivo y fuera de control, ofendiéndola sin parar. Finalmente su esposa se marchó de la casa, triste, llorando y en cinta.

            Él pareció enloquecer, se dio cuenta que yo andaba cerca de su biblioteca, escuchando sus riñas. Tomó una escoba y comenzó a perseguirme para asestarme un golpe y matarme.

            Yo lo estimaba, agradecía su hospitalidad, sus palabras, su comida, pero tampoco le temía. Sobreviví a demasiadas cosas como para resignarme a que cualquiera decidiera matarme en cuanto se le antojase. El impulso de cuidar a mi esposa y a mis hijos me arengaba a continuar vivo y luchar a toda costa contra lo que fuese. Así es que lo encaré sin ningún temor, salté de un lado a otro zigzagueando y luego escapé por una ventana rumbo al Jardín. El escritor salió furioso por la puerta trasera y continuó persiguiéndome, sin embargo yo era demasiado rápido, mis músculos estaban fuertes, mi corazón y mis pulmones en inmejorable condición. Él no era más que un infeliz humano.

            Corrí y me metí en el agujero bajo la Fuente. No pudo hacerme nada. El resto de la noche la pasó maldiciendo a su esposa, a su vida y a mí, “el gurú del Jardín”. 


14

A lo largo de los siguientes tres días, muy poco antes de que mi esposa pariera, el hombre se dedicó a poner trampas y veneno para cazarnos. Estaba enloquecido, lleno de odio. En lugar de ir en busca de su esposa, hablar dulcemente con ella, acariciarla y hacerle el amor para contentarla como siempre lo hizo, se dedico a invertir sus desviadas energías en intentar capturarnos o darnos muerte. Colocó ratoneras, trozos de queso, pan y otras delicias impregnados de horrible veneno para hacernos caer.

            Ya no sentía yo el menor respeto por él, si en algún momento me inspiró cariño, admiración y gratitud, ahora no me producía más que lástima. Miedo no, pues ya he dicho que no se trataba más que de un miserable humano, un hombre trastornado y lleno de vanidad. Herido en su narciso. Nada superior a los animales sobre los cuales él creía reinar. Ni soñarlo.

            Me pregunté cómo y cuándo fue que los hombres llegaron a erigirse como los predilectos entre todos los hijos de mi Creador. ¡Cuánta ingenuidad!

            De joven comí veneno y no me mato, era inmune a las sustancias tóxicas fabricadas expresamente para exterminar a mis congéneres. Sabía nadar como ninguno, sobreviví las mortíferas corrientes del Río, vencí a los enemigos de mi padre que quisieron despojarme de mi territorio y de algún modo vengué su muerte al tomar la vida del hijo de su asesino. ¿Quién podría hacerme temblar y palidecer de miedo a estas alturas de mi vida? Absolutamente nadie, más que el llamado definitivo y final de mi Creador. Y ni siquiera, pues cuando llegase el momento, aceptaría la muerte con amor y tranquilidad. Obedeciendo sin ninguna reticencia su voluntad.

            Pero mi amada esposa no sabía del veneno, ni de la comida emponzoñada de maldad humana, ni de las trampas para cazarnos cruelmente. Jaulas para encerrarnos y luego asfixiarnos, palancas de presión que nos destriparían, dientes de metal para triturar nuestra espina dorsal.

            A lo largo de las últimas horas antes de su parto, impedí por todos los medios que ella saliera de nuestro refugio para evitar que las trampas dejadas por el Escritor le hiciesen daño, o que comiera algún alimento envenenado. Toda la mucha comida que necesitaba para recargar sus fuerzas y enfrentar el alumbramiento que se avecinaba se la conseguí yo. La cuidé, me dediqué a ella como jamás lo hice con nadie.


15

Entonces el Escritor pretendió hacernos salir de nuestra madriguera encendiendo una hoguera junto a la Fuente para asfixiarnos con el humo. Sin pensarlo me arrojé sobre él, buscando desviar su atención, haciendo espacio y tiempo suficiente para que mi amada escapara de la madriguera y se pusiera a salvo.

            Al verme, el hombre intentó aplastarme de nuevo, esta vez con una barra de metal. Lanzó un golpe y otro contra el piso, pero fallaba irremediablemente. Yo era más rápido, más fuerte, más decidido, tenía mayores razones para sobrevivir que él. El Escritor no era más que un infeliz humano. No se daba cuenta que a cada golpe que fallaba, su arma de metal rebotaba contra las rocas de cantera del jardín. Volví a encararlo, arrojándome sobre él sin ningún temor y esquivando cada golpe, girando como un boomerang implacable, con la esperanza de que mi esposa encontrara el suficiente tiempo para escapar.

            En eso, en uno de sus fallidos golpes, la pesada arma golpeó con tal fuerza el suelo, que el metal rebotó estrellándose contra su frente, rompiéndole la cara en una sangrante herida. El Escritor se desplomo, cayendo de espaldas como un árbol  viejo e inservible. Su cuerpo se volvió tieso desde antes de llegar al suelo.

            Corrí lo más rápido que pude por todo el jardín, llamando con chillidos a mi amada. Nadie respondió. Volví a la Fuente todo lo rápido que pude, la hoguera continuaba ardiendo y sahumando la entrada de nuestra guarida. Salté librando el fuego y las cenizas y me introduje, buscándola.

            Mi esposa apenas respiraba, no se movía por más que hacía esfuerzos por arrastrarla. Al parecer, mientras el hombre y yo nos debatíamos, el trabajo de parto había iniciado, pero fue interrumpido por el humo que ahogaba a mi más preciado ser. La llevé hasta el extremo del jardín, la lamí, le arrojé mi aliento dentro de su hocico para tratar de hacerla respirar, intentando pasarle algo de mi soplo vital con el fin de reanimarla. Chillé, me retorcí, me lamenté, sacudí su cuerpo, le mordí la piel para que reaccionara. Pegué mi oreja contra su vientre buscando percibir las vidas que se agitaron durante las semanas anteriores cada que me aproximaba al vientre de su madre. Pero ya no se movían.

            El Jardín, la Fuente y la casa donde viví los últimos años me parecieron horribles e intolerables. El cadáver patético del escritor, su sangre inútil, las flores que su esposa cuidó a lo largo de tanto tiempo, los árboles donde mi amada y yo jugamos bastantes noches. ¿Tanta vida durante tantos años, para qué? ¡Cuánta necedad, cuánta vida humana tirada a la basura en un instante!

            Al acercarme a su cuerpo hermoso, mi amada respiraba cada vez menos, apenas resollaba débilmente. La cogí por la espalda con mi boca y me arrojé sosteniéndola, sin prensarlo si quiera, al Río.

            Si el Río, mi maestro, salvó mi vida en una ocasión alejándome de la Colonia y lavando mi estómago y mis pulmones, también podría curar sus órganos. El Río la trajo a ella para mí una vez, de seguro él la sanaría con sus aguas incomprensibles y sagradas.

            ¡Él me la había dado, él me volvió responsable de ella, de nuestro amor! ¡El Río estaba obligado a devolverme su vida de nuevo para que continuáramos  juntos!


16

Se hizo de noche, nuestra mejor hora para actuar. Con la noche llegó también la calma, mis nervios se tranquilizaron, familiarizados con la oscuridad y el agua congelada. La corriente nos arrastró durante horas. Estábamos a salvo a pesar de todo, el mal quedaba atrás.

            La sostenía por el cuello, manteniendo su nariz en la superficie para que respirara el aire fresco, permitiendo que sólo pequeñas cantidades de aquella agua sacra y adorada entrasen en su boca y sus fosas nasales saneando sus entrañas. Ella arrojó bastante saliva y mucosa ennegrecida por el humo respirado.

             El agua ejerció  su acción sanadora lavando a mi amada por dentro. En un momento dado, por la parte posterior de su cuerpo brotaron los seis hijos muertos que habrían nacido ese día, envueltos en la sábana rojiza de la placenta que manchó las aguas.

            Continuamos nadando hasta el amanecer.

            Al liberarse de aquellos cuerpecitos inertes, se hizo más ligero su peso y ella pudo respirar mejor. Una enorme ola quiso tragarnos, pero el Río se acordó de mí y nos tuvo respeto. Yo no era cualquiera, ahora mi amada también era su protegida. Nos mantuvimos a flote un buen rato, la luz matinal se presentía en una claridad que iluminaba poco a poco el firmamento. La llegada del amanecer.

            Aún no amanecía del todo cuando una nueva oleada de espuma fría nos colocó en la orilla de un bosque de pinos. Elevé mi hocico para sentir el terreno y evaluar su seguridad, detectar la presencia de potenciales enemigos. La Nada absoluta fue captada por mi olfato. Sólo silencio, sólo calma y la respiración dulce de los árboles gigantes.

            Arrastré a mi amada hasta ponerla a salvo. Su corazón se escuchaba latir cada vez con mayor regularidad, a pesar de haberse intoxicado con el humo y de perder mucha sangre en el trayecto. Volví a elevar mi nariz para olisquear el terreno, y nuevamente Nada. El aire era demasiado frío pero la atmósfera parecía segura, el aliento de los pinos nos saludaba. Encontramos un hueco bajo un viejo árbol partido muchos años atrás por un rayo, quien a pesar de todo seguía vivo y nos recibía amablemente. Sería nuestro nuevo hogar desde ahora. Calenté a mi esposa con mi cuerpo, la sentí moverse recuperando su temperatura y yo estaba feliz. Gimió en mi oreja cariñosamente, gracias a nuestro Creador se encontraba mejor.

            Finalmente, la madrugada nos envolvió con su silencio y nos quedamos completamente dormidos. La Nada nos cobijo con un manto sin color, sabor ni forma. El resoplido de los árboles nos trajo el aliento frío enviado en cada suspiro por nuestro Creador.

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